Breve historia de la euforia financiera by John Kenneth Galbraith

Breve historia de la euforia financiera by John Kenneth Galbraith

autor:John Kenneth Galbraith [Galbraith, John Kenneth]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Divulgación, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 1990-12-31T16:00:00+00:00


Massachusetts tenía los cofres vacíos cuando sir William Price y su banda extraordinariamente irregular de soldados fracasaron en la captura de la fortaleza y de las fortunas de Quebec.

La maravilla se extendió a otras colonias, donde se emitieron billetes en abundancia, incluso con ligereza. Rhode Island fue un caso extremo. Allí, como en todas partes, en los días en que al fin se ajustaron las cuentas, los billetes perdieron todo su valor o casi.

Conviene precisar que no todas las colonias sucumbieron; así, Pennsylvania, Nueva York, Nueva Jersey, Delaware y Maryland aplicaron un admirable criterio restrictivo. Y existen indicios de que el papel moneda que sustentaba los precios y los intercambios contribuyó al generalizado bienestar económico allá donde se utilizó. Ésta fue ciertamente la postura de Benjamin Franklin, quien pudo haberse visto influido por su condición de impresor de los billetes. Más adelante, en 1751, el Parlamento de Londres prohibió las emisiones de papel en Nueva Inglaterra, y poco después, en todas las colonias.

Esta decisión suscitó una reacción muy airada. El papel y el apalancamiento a él asociado estaba hondamente enraizado en la mente de los colonos americanos, que lo consideraban un bien económico. El uso del papel no fue totalmente proscrito, aunque así lo hayan dicho muchos historiadores. Los soldados de Washington, por ejemplo, fueron pagados con billetes del continente, que sirvieron para financiar la revolución. La recaudación de impuestos era por entonces insignificante, como también lo era la maquinaria recaudatoria. El coste de la guerra lo soportaron quienes, habiendo recibido los llamados «continentales», vieron su poder adquisitivo rápida e irrevocablemente disminuido. Así se pagó la independencia americana, y no está claro que hubiera podido sufragarse de otra manera. Pero ahora, en la nueva república, el escenario estaba dispuesto para los recurrentes episodios especuladores. La política financiera del joven país fue conservadora, influida inicialmente por el recuerdo, aún fresco, de la inflación acarreada por la divisa continental: la amplia disponibilidad de papel determinaba una necesariamente limitada disponibilidad de artículos. Así, en Virginia un par de zapatos costaba 5000 dólares y más de 1 000 000 un guardarropa completo. La Constitución prohibía al gobierno federal y, ni que decir tiene, a los estados, emitir papel moneda. Las transacciones debían efectuarse en oro y plata y en billetes bancarios canjeables por metálico. Se creó un banco central, el First Bank of the United States, para imponer la disciplina en la dispersión de pequeños bancos autorizados por los estados, y que se negó a aceptar los billetes de aquellos que, a petición, no pagaban en metálico. El hasta entonces conservador Noreste aprobó esta iniciativa, pero, en la mayoría de los casos, no hicieron otro tanto el Sur y el Oeste, regiones jóvenes y financieramente más necesitadas. En ellas, el crédito fácil derivado de los billetes de banco, ampliamente disponibles, estaba muy valorado. En 1810, y debido a los ataques que suscitó su rigor financiero, al First Bank no se le renovó el permiso para seguir actuando.

Con el estímulo de la guerra de 1812, y ante la necesidad de financiarla con un amplio empréstito público los precios aumentaron.



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